miércoles, 14 de marzo de 2012

La Biblia, según la astronomía


B@LEÓPOLIS | Ocurrió en Ibiza

La Biblia, según la astronomía

Vicent Serra Orvay ya había emprendido la restauración del obispado en las Pitiusas –su gran empresa religiosa– y poco faltaba para convertirse en colaborador del Diccionari de Alcover. Tenía más de treinta años cuando cayó en sus manos un volumen francés de astronomía. De repente se conjugaron su formación matemática y el descubrimiento de una pasión que convirtió en objeto de investigación hasta ponerse a la altura de Arthur Eddington.
Nació en octubre de 1869 en la parroquia de Sant Jordi de Ses Salines de Eivissa, en el seno de una familia de propietarios rurales. Su carrera eclesiástica parecía estar casi escrita. Con sólo doce años ingresó en el Seminario Conciliar y, siendo aún alumno de filosofía, empezó a impartir clases de matemáticas, física y química. En 1898 se convertiría en rector del mismo.
Fue poco después cuando Serra Orvay inició la que sería su gran empresa religiosa: la restauración del obispado en las Pitiusas suprimida por el concordato de 1851. Pese a que la confirmación llegaría en 1924, la ordenación episcopal del padre Salvi Huix se retrasaría cuatro años más.
En paralelo, el ibicenco había comenzado su relación con la ciencia. Fue en 1902 cuando el filólogo mallorquín Antoni Maria Alcover, visitó su isla. Serra, fascinado por su gran labor, no dudaría en convertirse en seguidor de su misión lingüística. Así, en 1906 asistió al primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana.
«No había sido una vocación precoz como sucede generalmente con los grandes genios. Era ya rector del Seminario y tenía más de treinta años cuando, por curiosidad, encargó un pequeño volumen de astronomía escrito en francés», relata Vicent Serra i Orvay. Fill Il·lustre de Sant Josep, libro editado por el Ajuntament de Sant Josep de la Talaia y escrito por, entre otros, Joan Marí Cardona. El idioma fue sólo un pequeño obstáculo para descubrir que aquella ciencia le apasionaba.
«Por entonces la astronomía se basaba principalmente en las matemáticas y un poco de física. Y Serra Orvay tenía una importante formación como matemático», recuerda el directivo de la Agrupación Astronómica de Ibiza, Josep Lluís Bofill. Aquel descubrimiento dio un vuelco a su vida, y sus cálculos pasaron a centrarse en el firmamento.
Por sus manos pasaban estudios sobre las distancias estelares, la altura de una hipotética montaña en el planeta Marte o estadísticas sobre las lluvias de estrellas. El ibicenco se empeñaba entonces en comprobar todos los cálculos. «No era con intención crítica. De hecho, si encontraba fallos escribía al autor para comunicárselo», apunta Bofill.
Serra Orvay desarrolló hasta el fin de sus días aquella faceta. Publicó numerosos artículos en la revista Urania de la Sociedad Astronómica de España y América, entidad de la que llegaría a ser vocal en 1932. «Siempre fue un aficionado. Sus conocimientos se debían más a su condición autodidacta que a la formación científica del Seminario», explica el directivo.
El aislamiento de Ibiza le llevó a iniciar correspondencia con investigadores y directores de los centros astronómicos que le ponían al día sobre nuevas teorías y conocimientos. El ibicenco situó en la torreta del Seminario su lugar de observación, con un puñado de aparatos que desaparecieron en la Guerra Civil. Sin un observatorio estable en el centro, es difícil saber si Serra Orvay contempló el eclipse total de sol de 1905.
En el Congreso Científico Hispano Lusitano de 1947, consiguió la atención del director del Observatorio del Ebre con un trabajo sobre la densidad del firmamento. En Dos conferencias de vulgarización astronómica (1950) explicó a un público no iniciado en la materia el origen del nombre de las estrellas, cómo localizarlas y sus temperaturas.
«Es el primer astrónomo del que se tiene noticia en Ibiza. Fue pionero en los estudios con cierto rigor», afirma Bofill. Después de publicar diversos trabajos sobre la magnitud estelar de Venus, alcanzó uno de sus mayores logros. Su cálculo del número de electrones del universo dio un resultado similar al de Arthur Eddington.
Tras montones de fórmulas matemáticas, el ibicenco parecía igualar a una de las mayores figuras de la astronomía del siglo XX. Eddington era, además, presidente de la Unión Astronómica Internacional. «No sabemos si los cálculos de Serra fueron anteriores o posteriores a los del inglés», añade Bofill. Pronto su pasado religioso entraría en conflicto con esa nueva vertiente científica. Explicación astronómica del fin del mundo bíblico es una de sus obras más curiosas. El ibicenco debatió con el padre Stein, científico del Observatorio del Vaticano, la verdad de diversos datos bíblicos. Incluso, la hora exacta de la muerte de Jesucristo.
En mayo de 1952, Serra Orvay murió sin poder asistir a dos grandes acontecimientos. Faltaban sólo cuatro meses para el Congreso de la Unión Internacional de Astronomía al que tenía previsto acudir. Pero lo que él nunca supo es que, cuatro años después, su discípulo Daniel Escandell, fundaría el primer observatorio de Ibiza.

Un físico para el Mediterráneo


B@LEÓPOLIS | Ocurrió en Mallorca

Un físico para el Mediterráneo

Miquel Ballester en su despacho de Sóller. | Pep Vicens
Miquel Ballester en su despacho de Sóller. | Pep Vicens
Durante su vida y su carrera, Miquel Ballester asistió a la gran transformación de la meteorología. Sus inicios le vincularon a un Servicio Meteorológico Nacional aún dependiente del Ministerio del Aire y con las aerolíneas como destinatarios principales. Cuando se jubiló, la ciencia estaba preocupada por un cambio climático que el solleric se negaba a aceptar. Entre ambas épocas, se convirtió en una autoridad en la física meteorológica y un impulsor de los estudios en el Mediterráneo.
Nació en Sóller en 1919, pero pronto se trasladó a Barcelona y Madrid para iniciar sus estudios universitarios de Física y Meteorología. Ya graduado, dio el salto a Cambridge (Inglaterra) para ampliar sus estudios en el Gonville & Caius College. Sin embargo, sería en Mallorca donde comenzaría su carrera profesional.
Ingresó en el Servicio Meteorológico Nacional en 1941, y su primer destino llegaría sólo un año después como jefe del observatorio de Alcúdia, un centro vinculado a la base militar. «Cuando se organizó la meteorología en España, ésta estaba asociada al Ministerio del Aire y al servicio militar. Tenía también relación con la aeronáutica porque las predicciones eran fundamentales para los vuelos», explica el catedrático de Meteorología de la UIB, Climent Ramis.
Aquella clientela preferente fomentó la incorporación de Miquel Ballester al Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial y a la Academia Militar de Ingenieros Aeronáuticos. Al ganar las oposiciones de meteorólogo en 1943, comenzaría su periplo por diferentes centros de España. Dos décadas después, su trabajo le llevaría fuera de nuestro país.
Las misiones de asistencia técnica para la Organización Mundial de la Meteorología serían su primer encargo internacional. Una institución para la que trabajaría en Argelia, después de haber sido catedrático en la Universidad de Río de Janeiro. Pero su mayor logro sería su participación, como representante español, en la constitución del Centro Europeo de Predicciones a Término Medio.
«Antes de su creación, las predicciones llegaban como mucho hasta 72 horas. La aplicación de nuevos modelos permitió ampliarlas hasta diez días. Aún hoy es uno de los tres mejores centros meteorológicos del mundo y sus métodos siguen vigentes», afirma Ramis. A su regreso a España, Ballester se topó con una ciencia que para muchos estaba a años luz de Europa.
Su carrera siguió en ascenso hasta convertirse en director del Instituto Nacional de Meteorología. La labor docente e investigadora del solleric le situó como referente en el dominio de la meteorología dinámica. «Supone la aplicación de las leyes de la física y de la dinámica de fluidos al movimiento de la atmósfera. La predicción numérica del tiempo también está basada en estos parámetros», señala el catedrático.
En 1977, cuando era profesor agregado en la Universidad Autónoma de Barcelona, la gestación de un centro universitario en Palma –con una posible facultad de Ciencias– le trajo de vuelta a la Isla. Un año después, impartió la lección inaugural del curso y de la nueva universidad: La meteorología, una física del aire. Faltaba poco para la introducción de la enseñanza superior de la meteorología en Baleares.
La faceta docente de Ballester encontró también un espacio en aquel nuevo centro como director de los departamentos de Física de la Tierra y del Cosmos. Hasta 1980 compaginó aquella labor con un puesto en el centro meteorológico de Baleares. Fue en esos años cuando fraguó la idea de erigir en la ciudad un Instituto de Meteorología Mediterránea.
«La institución nunca se creó, pero Ballester puso la primera piedra en el impulso a los estudios sobre el Mediterráneo. Una investigación que hoy continúa de la mano del centro meteorológico y la Universidad», apunta Ramis. Tanto él como Agustí Jansà fueron dos de los investigadores a quienes el solleric inculcó la importancia de fenómenos propiamente mediterráneos como la ciclogénesis o las lluvias intensas. «Consideraba que había muchos aspectos desconocidos y que era una vertiente con mucho futuro», añade el catedrático.
Su jubilación llegó en 1989, poco antes de publicar su obra Meteorología o física del aire y de instalarse definitivamente en Sóller. Para entonces la ciencia estaba centrada en el análisis del cambio climático. Un panorama ante el que se mostraba incrédulo. «Creía que el clima era algo estacionario. Que era una cuestión de ciclos y que no podía evolucionar de manera tan rápida que pudieran notarse cambios a lo largo de la vida de una persona», señala Ramis. Y Miquel Ballester se fue sin saber, tal vez, que los peores augurios eran ciertos.
El Mundo