B@LEÓPOLIS | Ocurrió en Mallorca
Un físico para el Mediterráneo
Durante su vida y su carrera, Miquel Ballester asistió a la gran transformación de la meteorología. Sus inicios le vincularon a un Servicio Meteorológico Nacional aún dependiente del Ministerio del Aire y con las aerolíneas como destinatarios principales. Cuando se jubiló, la ciencia estaba preocupada por un cambio climático que el solleric se negaba a aceptar. Entre ambas épocas, se convirtió en una autoridad en la física meteorológica y un impulsor de los estudios en el Mediterráneo.
Nació en Sóller en 1919, pero pronto se trasladó a Barcelona y Madrid para iniciar sus estudios universitarios de Física y Meteorología. Ya graduado, dio el salto a Cambridge (Inglaterra) para ampliar sus estudios en el Gonville & Caius College. Sin embargo, sería en Mallorca donde comenzaría su carrera profesional.
Ingresó en el Servicio Meteorológico Nacional en 1941, y su primer destino llegaría sólo un año después como jefe del observatorio de Alcúdia, un centro vinculado a la base militar. «Cuando se organizó la meteorología en España, ésta estaba asociada al Ministerio del Aire y al servicio militar. Tenía también relación con la aeronáutica porque las predicciones eran fundamentales para los vuelos», explica el catedrático de Meteorología de la UIB, Climent Ramis.
Aquella clientela preferente fomentó la incorporación de Miquel Ballester al Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial y a la Academia Militar de Ingenieros Aeronáuticos. Al ganar las oposiciones de meteorólogo en 1943, comenzaría su periplo por diferentes centros de España. Dos décadas después, su trabajo le llevaría fuera de nuestro país.
Las misiones de asistencia técnica para la Organización Mundial de la Meteorología serían su primer encargo internacional. Una institución para la que trabajaría en Argelia, después de haber sido catedrático en la Universidad de Río de Janeiro. Pero su mayor logro sería su participación, como representante español, en la constitución del Centro Europeo de Predicciones a Término Medio.
«Antes de su creación, las predicciones llegaban como mucho hasta 72 horas. La aplicación de nuevos modelos permitió ampliarlas hasta diez días. Aún hoy es uno de los tres mejores centros meteorológicos del mundo y sus métodos siguen vigentes», afirma Ramis. A su regreso a España, Ballester se topó con una ciencia que para muchos estaba a años luz de Europa.
Su carrera siguió en ascenso hasta convertirse en director del Instituto Nacional de Meteorología. La labor docente e investigadora del solleric le situó como referente en el dominio de la meteorología dinámica. «Supone la aplicación de las leyes de la física y de la dinámica de fluidos al movimiento de la atmósfera. La predicción numérica del tiempo también está basada en estos parámetros», señala el catedrático.
En 1977, cuando era profesor agregado en la Universidad Autónoma de Barcelona, la gestación de un centro universitario en Palma –con una posible facultad de Ciencias– le trajo de vuelta a la Isla. Un año después, impartió la lección inaugural del curso y de la nueva universidad: La meteorología, una física del aire. Faltaba poco para la introducción de la enseñanza superior de la meteorología en Baleares.
La faceta docente de Ballester encontró también un espacio en aquel nuevo centro como director de los departamentos de Física de la Tierra y del Cosmos. Hasta 1980 compaginó aquella labor con un puesto en el centro meteorológico de Baleares. Fue en esos años cuando fraguó la idea de erigir en la ciudad un Instituto de Meteorología Mediterránea.
«La institución nunca se creó, pero Ballester puso la primera piedra en el impulso a los estudios sobre el Mediterráneo. Una investigación que hoy continúa de la mano del centro meteorológico y la Universidad», apunta Ramis. Tanto él como Agustí Jansà fueron dos de los investigadores a quienes el solleric inculcó la importancia de fenómenos propiamente mediterráneos como la ciclogénesis o las lluvias intensas. «Consideraba que había muchos aspectos desconocidos y que era una vertiente con mucho futuro», añade el catedrático.
Su jubilación llegó en 1989, poco antes de publicar su obra Meteorología o física del aire y de instalarse definitivamente en Sóller. Para entonces la ciencia estaba centrada en el análisis del cambio climático. Un panorama ante el que se mostraba incrédulo. «Creía que el clima era algo estacionario. Que era una cuestión de ciclos y que no podía evolucionar de manera tan rápida que pudieran notarse cambios a lo largo de la vida de una persona», señala Ramis. Y Miquel Ballester se fue sin saber, tal vez, que los peores augurios eran ciertos.
El Mundo
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